Cultivar la vida en comunidad

La búsqueda del propósito en la vida
Podrán desarrollar una comunidad saludable y robusta que viva bien con Dios y disfrutar los resultados,únicamente si se esfuerzan por llevarse bien unos con otros, tratándose entre sí con dignidad y honra (Santiago 3:18 – BEM).

 

La vida en comunidad requiere compromiso.
Solo el Espíritu Santo puede crear la comunión verdadera entre los creyentes, pero la cultiva con las am_P03274771.JPGelecciones que hagamos y los compromisos que asumamos. Pablo señala esta doble responsabilidad: “Esfuércense por mantener la unidad del Espíritu mediante el vínculo de la paz” (Efesios 4:3 – NVI).
Para producir una comunidad cristiana que perpetúa el amor se necesita tanto el poder de Dios como nuestro esfuerzo.
Por desgracia, muchas personas se crían en familias con relaciones malsanas y, por lo tanto, carecen de las habilidades relacionales necesarias para la comunión verdadera. Debemos enseñarles cómo llevarse bien y entablar relaciones con otros miembros de la familia de Dios.

Cultivar la vida en comunidad requiere sinceridad
Debes estar lo suficientemente interesado para decir la verdad fraternalmente, incluso cuando prefieras pasar por alto un problema o no tratar un asunto espinoso. Si bien es mucho más fácil permanecer en silencio cuando las personas a nuestro alrededor tienen un patrón de pecado que les duele o lastima a otros, no es lo que el afecto nos manda hacer.
La mayoría de las personas no tienen a nadie que las ame lo suficiente como para decirles la verdad –aunque duela– por lo cual persisten en sus conductas autodestructivas. Por lo general sabemos lo que es necesario decirle a esa persona, pero nuestros temores nos impiden abrir la boca.
Muchas relaciones han sido perjudicadas por el temor: nadie tuvo el valor de hablar en el grupo mientras la vida de uno de sus miembros se desmoronaba.
La Palabra de Dios nos ordena: “Hablando la verdad con amor” (Efesios 4:15 – LA), porque no podemos formar una comunidad sin franqueza. Salomón dijo: “Una respuesta sincera es el signo de una verdadera amistad” (Proverbios 24:26 – PAR).
A veces esto implica preocuparnos lo suficiente por quien peca o es tentado para enfrentarlo afablemente. Pablo dijo: “Hermanos, si ven que alguien ha caído en algún pecado, ustedes que son espirituales deben ayudarlo a corregirse. Pero háganlo amablemente; y que cada cual tenga mucho cuidado, no suceda que él también sea puesto a prueba” (Gálatas 6:1-2 – Dhh).
La comunión verdadera depende de la franqueza, ya se trate de un matrimonio, una amistad o una iglesia. Aun más, en una relación, el túnel de los conflictos puede ser la puerta a la intimidad. Hasta que no nos importe lo suficientemente como para enfrentar y solucionar los obstáculos subyacentes, nunca podremos tener una relación más estrecha.
Cuando un conflicto es bien manejado y se encaran y solucionan las diferencias, se estrechan las relaciones. La paráfrasis bíblica dice: “A fin de cuentas, más se aprecia al que reprende que al que adula” (Proverbios 28:23).
La franqueza no debe ser una licencia para decir lo que a uno se le antoja, dondequiera y cuando quiera. Eso es impertinencia. Las palabras irreflexivas dejan cicatrices profundas. Dios nos manda hablarnos unos a otros en la iglesia como miembros afables de una familia.
Es triste, pero la falta de sinceridad ha destruido miles de relaciones. Pablo tuvo que reprender a la iglesia en Corinto por su pasivo código de silencio que permitía la inmoralidad dentro de su comunidad (1 Corintios 5:3-12).

Cultivar la vida en comunidad requiere humildad
Nada destruye la comunión tan rápido como la arrogancia, la autocomplacencia y el orgullo empedernido. El orgullo erige murallas entre las personas; la humildad construye puentes. La humildad es como el aceite que suaviza las relaciones y lima las asperezas. Por eso la Biblia dice: “Revístanse todos de humildad en su trato mutuo” (1 Pedro 5:5b). La vestimenta apropiada para la comunión es una actitud de humildad.
El resto del versículo continúa: “Dios se opone a los orgullosos pero da gracia a los humildes” (1 Pedro 5:5c). Este es otro motivo por el que debemos ser humildes: el orgullo bloquea la gracia de Dios en nuestra vida, la que necesitamos para crecer, cambiar, sanar y ayudar a los demás.
Recibimos la gracia de Dios cuando reconocemos con humildad que la necesitamos. La Biblia nos dice que ser orgullosos ¡es oponernos a Dios! Es una manera de vivir necia y peligrosa.
Podemos desarrollar la humildad de manera práctica: reconociendo nuestras debilidades, siendo tolerantes con las debilidades de otros, estando dispuestos a ser corregidos y destacando lo que hacen los demás. Pablo aconsejó: “Vivan siempre en armonía. Y no sean orgullosos, sino traten como iguales a la gente humilde. No se crean más inteligentes que los demás” (Romanos 12:16 – LA).
La humildad no es pensar menos de ti mismo sino pensar menos en ti mismo. Humildad es pensar más en los demás. Las personas humildes se interesan tanto en servir a otros, que no piensan en sí mismas.

Cultivar la vida en comunidad requiere amabilidad
La cortesía o amabilidad consiste en respetar nuestras diferencias, tener consideración por los sentimientos de otras personas y ser tolerantes con las que nos molestan. En todas las iglesias, y en cualquier grupo pequeño, habrá siempre por lo menos una persona “difícil”, a veces más de una.
Estas pueden tener necesidades emocionales especiales, profundas inseguridades, costumbres irritantes o hábitos sociales no desarrollados. Podríamos llamarlas personas NGE: que “necesitan gracia extra”.
Dios puso a tales personas en medio de nosotros tanto para nuestro beneficio como para el de ellas. Son una oportunidad para el crecimiento y para poner a prueba la comunión: ¿las amaremos como hermanos y hermanas y las trataremos con dignidad?
Los miembros de una familia no se aceptan porque sean inteligentes, hermosos o talentosos. Se aceptan porque pertenecen a la misma familia. Defendemos y protegemos la familia. Uno de sus miembros puede ser algo tonto, pero es de nuestra familia. De la misma manera, la Biblia dice: “Ámense los unos a los otros con amor fraternal, respetándose y honrándose mutuamente” (Romanos 12:10 – NVI).
Lo cierto es que todos tenemos nuestras manías y caprichos. Pero la comunidad no tiene nada que ver con compatibilidades. La base de nuestra comunión es nuestra relación con Dios: somos una familia.
Una de las claves para la amabilidad es conocer los orígenes de una persona: descubre su historia. Cuando sepas lo que esa persona ha atravesado, serás más comprensivo. En lugar de pensar en todo lo que todavía tiene que aprender, pensarás en todo lo que ha progresado, a pesar de todo.
La comunidad verdadera se produce cuando la gente se siente suficientemente segura para poder expresar sus dudas y temores con la certeza de que no la juzgarán.

Cultivar la vida en comunidad siempre requiere confidencialidad
Para que las personas sean sinceras y expresen sus más profundas penas, necesidades y errores, se requiere una condición: una atmósfera segura que las haga sentirse cálidamente aceptadas y donde puedan desahoam_P03259751.JPGgarse con confianza. La confidencialidad no implica permanecer en silencio si nuestro hermano o hermana peca. Significa que lo que se expresa dentro del grupo no sale afuera de él, que el grupo tratará el asunto internamente y nadie saldrá a contar chismes.
Dios odia los chismes, sobre todo cuando se los disfraza superficialmente como “pedidos de oración” por una persona. Él afirma: “El perverso provoca contiendas y el chismoso divide a los buenos amigos” (Proverbios 16:28 – PAR).
Los chismes provocan sufrimiento y divisiones, y destruyen la comunión. Dios es muy claro al respecto: debemos enfrentar “al que cause divisiones” (Tito 3:10). Estas personas pueden enojarse y abandonar el grupo o la iglesia cuando se las amonesta por sus acciones divisivas, pero el compañerismo de la iglesia es más importante que cualquier individualidad.

Cultivar la vida en comunidad requiere contacto frecuente
Debes tener contacto frecuente y regular con tu grupo para construir una comunión genuina. Para cultivar una relación se requiere tiempo. La Biblia nos dice: “No dejemos de congregarnos, como acostumbran hacerlo algunos, sino animémonos unos a otros” (Hebreos 10:25 – NVI). Debemos desarrollar el hábito de reunirnos. Un hábito es algo que hacemos con frecuencia y regularidad, no ocasionalmente. Debemos pasar tiempo juntos –mucho tiempo– para construir relaciones sólidas.
La comunidad no se construye sobre la conveniencia (“Nos reuniremos cuando nos parezca”), sino que se apoya en la convicción de que la comunidad es necesaria para la salud espiritual. Si deseas cultivar una comunión verdadera, eso implicará reunirte incluso cuando no tengas ganas, porque estás convencido de que es importante.
¡Los primeros cristianos se reunían todos los días! “No dejaban de reunirse en el templo ni un solo día. De casa en casa partían el pan y compartían la comida con alegría y generosidad” (Hechos 2:46 – NVI). Para tener comunión debes invertir tiempo.
Los beneficios de compartir la vida juntos superan largamente los costos y nos preparan para el cielo.

Tomado del libro: Una vida con propósito, de Rick Warren, Editorial Vida

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