Cuando se trata de superar la depresión resulta estimulante saber que la Biblia, ese libro temendamente humano, entiende nuestros sentimientos depresivos.
Allí está la bien conocida historia del rey Saúl que a menudo era atacado por profundas depresiones y necesitaba que David, el pastor de ovejas, lo ayudara a relajarse tocando el arpa. “Entretando, el espíritu del SEÑOR se había apartado de Saúl, y un espíritu maligno enviado por el SEÑOR, lo atormentaba… Así que, cuando el espíritu maligno de parte de Dios atacaba a Saúl, David tomaba el arpa y se ponía a tocar. Con eso Saúl recobraba el ánimo y se sentía mejor, y el espíritu maligno se apartaba de él”. (1 Samuel 16:14, 23, VP).
En esta historia encontramos una valiosa sugerencia para contraatacar la depresión. La música comunica armonía y orden y por lo tanto puede curar una mente en desorden y disonancia.
La Biblia ofrece otro ejemplo en la historia de Nabucodonosor. Por haber desoído un sueño enviado por Dios previniéndole contra los delirios de grandeza y aconsejándole que se arrepientiera, Nabucodonosor cayó en una profunda depresión y vivió como un animal salvaje: “Fue echado de entre los hombres; y comía hierba como los bueyes, y su cuerpo se mojaba con el rocío del cielo, hasta que su pelo creció como plumas de águila, y sus uñas como las de las aves” (Daniel 4:33).
Nabucodonosor, sin embargo, nos relata cómo se sobrepuso a esta depresión y nos da otra sugerencia valiosa, la alabanza y la gratitud: “Mas al fin del tiempo yo Nabucodonosor alcé mis ojos al cielo, y mi razón me fue devuelta; y bendije al Altísimo, y alabé y glorifiqué al que vive para siempre.” (Daniel 4:34).
Otro ejmplo del Antiguo Testamento es la historia de Elías en 1 Reyes 19. Llama la atención que la depresión lo atacó justamente después de una elevadísima experiencia espiritual, después de ganar una gran batalla del Señor. Sintiéndose físicamente exhausto, “se sentó bajo una retama. Era tal su deseo de morirse, que dijo: ¡Basta ya , Señor! ¡Quítame la vida, pues yo no soy mejor que mis padres!” (1 Reyes 19:4, VP).
Nuevamente, tenemos mucho que aprender de la forma en que Dios trató su depresión. Sin reprimendas, sin apelar a la voluntad; en cambio, un amor protector, descanso, comida, y caricias: “Y se acostó allí, bajo la retama, y se quedó dormido. Pero un ángel llegó, y tocándolo, le dijo: “Levántate y come”. Elías miró a su alrededor y vió que cerca de su cabecera había una torta cocida sobre las brasas y una jarra de agua. Entonces se levantó, y comió y bebió; después se volvió a acostar”. (1 Reyes 19:5, 6).
En el Nuevo Testamento, la figura destacada es la del apóstol Pablo. Por naturaleza, estaba sujeto a sufrir depresiones. En su libro The Image of Jesus in the New Testament (“La imagen de Jesús en el Nuevo Testamento”), Romano Guardini retrata vívidamente este aspecto del apóstol. Debo admitir que Pablo llegó a ser más humano para mí a través de esta descripción. Guardini escribe acerca de Pablo: “Parece haber sido un hombre que atraía las dificultades, sobre quien la fatalidad se había derramado, un hombre atormentado… Sufría mucho, constantemente y en todas las situaciones.”
Pablo era un discípulo rabínico, disciplina que le servía para nutrir sus tendencias perfeccionistas. Al menos entre líneas puede descubrirse la misma depresión que ataca a los buscadores de éxito cuando se enfrentan con sus propias limitaciones humanas y sus fracasos. “Porque lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero; sino lo que aborrezco, eso hago. Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo. Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago” (Romanos 7:15-18-19).
Uno no puede menos que preguntarse: ¿Qué mal pudo haber hecho este hombre para hablar de esta forma? Walter Uhsadel, porfesor de teología en la Universidad de Tubinga, comenta al respecto: “La vulnerabilidad interior de la personas deprimidas las hace ser más conscientes de sus fracasos y sufrir más esa opresión que otras personas.”
Enfocando los dos últimos capítulos de 2 Corintios, Uhsadel señala otro síntoma típico de la persona deprimida: el que Pablo demuestra al vacilar entre jactarse y menoscabarse. Simultáneamente, podemos percibir el hondo anhelo de Pablo de ser reconocido, apreciado y amado, tal como lo expresa en 2 Corintios 12:11: “Me he hecho un necio al gloriarme; vosotros me obligasteis a ello, pues yo debía ser alabado por vosotros; porque en nada he sido menor que aquellos grandes apóstoles, aunque nada soy.”
Estoy consciente de que uno debe tener cuidado de no “psicologizar” las escrituras. Pero creo que es precisamente la naturaleza de Pablo lo que Dios usó para clarificar el carácter del ser humano y su relación con Dios.
Sin embargo, el libro de la Biblia en el que más identificado me siento es en el de los Salmos. Quien oró con las palabras del Salmo 31, por ejemplo, verdaderamente sabía lo que era la depresión:
Ten misericordia de mí, oh Jehová,
porque estoy en angustia;
Se han consumido de tristeza mis ojos,
mi alma también y mi cuerpo.
Porque mi vida se va gastando de dolor,
y mis años de suspirar;
Se agotan mis fuerzas a causa de mi iniquidad,
y mis huesos se han consumido.
(vv. 9-10)
Este es el sentimiento: me gasto, me consumo, “soy devorado”. Me vuelvo cada vez menos; estoy desapareciendo. El tiempo se escurre sin finalidad ni propósito. Podemos visualizarlos: una multitud de cristinaos suspirantes.
El salmista había experimentado mucho tiempo antes lo que la medicina psicosomática ha descubierto ahora. El cuerpo y el alma constituyen una unidad. El dolor del alma implica dolor corporal. La depresión del salmista ataca aun hasta sus huesos.
De todos mis enemigos soy objeto de oprobio.
Y de mis vecinos mucho más,
y el horror de mis conocidos;
Los que me ven fuera huyen de mí.
Porque oigo la calumnia de muchos;
El miedo me asalta por todas partes,
Mientras consultan juntos contra mí
E idean quitarme la vida.
(v. 11, 13)
Este es el sentimiento: estoy amenazado, trampeado. Sólo tengo enemigos. Todos están en contra mío; nadie me entiende. Nadie me acepta. Nadie me ama. No tengo más fuerzas para defenderme, no tengo más deseo para buscar amistad. Estoy desesperadamente solo.
He sido olvidado de su corazón como un muerto.
He venido a ser como un vaso quebrado.
(v. 12)
Este es el sentimiento: No puedo sostenerme, no puedo mantenerme. Me estoy derramando; todo se escapa de adentro mío y estoy perdiendo, perdiendo, perdiendo.
(Próxima entrega: “Ayúda para superar la depresión”.